Como parece que todo el mundo celebra sus blogeaños, no voy a ser yo menos. Así pues hoy comienza el Año II de la fundación de Vieja Crobuzón, algo por lo que no hubiera dado dos duros céntimos cuando empecé. En este año he aprendido algunas (pocas) cosas acerca de la bloggeridad, y es que hace falta más disciplina de la que obviamente tengo para tener un blog medio decente. No es el caso.
Si contamos el éxito por número de visitas, está claro que mi post más exitoso fue el de la aventura de los nazis el verano pasado. No sé bien cómo, pero un grupo de los implicados dieron con mi blog y montaron un pifostio importante. El resto de entradas han sido moderadamente mediocres... en general me gusta más escribir de política, pero acabo perdiendo las energías metiendo comentarios en los blogs de otros que, por otra parte, comentan mejor la política que yo.
En otras ocasiones, me doy de bruces contra la realidad y suelo intentar contarlo, aunque, a veces por pereza, a veces por no sacar la cámara a tiempo, pierdo la oportunidad. Por ejemplo, el día 12 de febrero volvía yo de Londres a eso de las 11 de la noche. Había volado con Easyjet, por lo que los viajeros salíamos por la Terminal 1 de Barajas. De pronto, vimos que al final del pasillo se formaba un poco de atasco, ya que mucha gente se había quedado al borde de unas escaleras y no bajaba. Me acerqué y vi que al final de las escaleras había aún más gente (procedente de otro vuelo), esperando a que se abrieran las puertas que dan paso a la sala de recogida de equipajes. Pasaron varios minutos más y el pequeño recinto acristalado en el que estábamos encerrados se iba llenando de más y más personas. Algunos de los encerrados se empezaban a impacientar y a aporrear los cristales, mientras que al otro lado de ellos otros viajeros nos miraban con media sonrisa en la boca, y nadie con responsabilidad parecía tener la llave de la puerta.
En ese momento, una chica decidió que ya había esperado bastante para fumarse el cigarrito de después de volar, por lo que se acercó a otra puerta acristalada que daba a las pistas (por la que entran los viajeros que llegan con minibuses) para que el humo saliera por la rendija. Como no daba buen resultado, empujó un poco la puerta y... se abrió. Alguno de los impacientes que poblaban la sala se dirigió animadamente hacia la puerta abierta al grito de "¡Vamos a cortar las pistas!". Por suerte, la mayoría de la gente tenía el suficiente sentido común como para saber que eso no era una buena idea. Pero entonces, uno de los pioneros se dio cuenta de que, si salías hacia las pistas, pero ibas hacia la izquierda, llegabas a las cintas de transporte de equipajes. Ni corto ni perezoso, se subió en una y al momento, los que seguíamos encerrados vimos a través de los cristales cómo este hombre entró en la sala sentado en la cinta cual maleta, saltó de ella y nos sonrió haciendo el signo de la victoria con la mano.
Entonces sí que se revolucionó la gente que esperaba, animados por el éxito del pionero y jaleados por una copioso grupo de adolescentes para los que esto era lo mejor que les había pasado ese día. Un nutrido grupo de gente salió y empezó a colarse en la sala encaramados en la cinta y, claro está, no iba a ser yo el último gilipollas que se quedara esperando a que abrieran la puerta buena. Así pues, salí, me senté en la cinta y dejé que me arrastrara hasta la ansiada sala.
Desgraciadamente en ese momento no se me ocurrió sacar el móvil y hacer unas fotos o grabar un par de vídeos, porque era espectacular ver a decenas de personas entrando por la salida de maletas bajo la atónita mirada del resto de viajeros normales. En cualquier caso, nos podemos dar con un canto en los dientes de que no acudiera un pelotón de guardias civiles a detenernos por entrar irregularmente en el país.
Así pues, intentaré en el futuro no olvidar sacar el móvil para fotografiar todo aquello que merezca la pena ser blogeado. Sin ir más lejos, ayer mismo descubrí esta frikez en el escaparate de una tienda de chinos, escondida entre figurillas de los diversos santos y vírgenes de la mitología católica.
Sí, es una especie de muñeco articulado de un yihadista, de unos 40cm de altura, con sus balas de kalashnikov y su granada de mano en el cinto; con su chaleco caqui y su turbante al estilo viva la muerte. Por si no fuera lo suficientemente freak, el muñeco de al lado no le iba a la zaga: un perro con gafas y gabardina cuya pose me hace sospechar que su habilidad consiste en abrirse el abrigo y enseñar lo que oculta debajo a quien quiera verlo. Action Bin Laden y el Can Exhibicionista. Todavía no se me han ajustado las sinapsis...