Acabo de recibir un baño de humildad que, ciertamente, no necesitaba. En cualquier caso, con una mirada optimista y un par de mojitos, todo queda asimilado.
Vayamos por partes: he estado un par de días en Londres pero, desgraciadamente, no he tenido acceso ni fijo ni móvil a Internet, así que no he podido radiarlo en directo. Una pena para mis queridos followers, porque se han perdido unos twits memorables. El viaje era por cuestiones de trabajo, nada que no haya hecho media docena de veces antes. El caso es que esta vez, por ser la última reunión del proyecto, los anfitriones habían preparado un par de diversiones puramente británicas con las que deleitarnos.
El día por cierto, había empezado regular: yo había dado por supuesto que la palabra “agosto” era garantía de algo y me vine con la maleta hecha mirando al cielo de Madrid en lugar de a las previsiones meteorológicas de Londres. Así pues, tras pasar frío en la oficina toda la mañana, me preparé para la tarde poniéndome todas las capas de camisetas de manga corta que mi exiguo equipaje me permitió. Que fueron dos.
Así pertrechado, me planté en la primera etapa de nuestro periplo: El (¿la?) London Eye. No sé a qué mente retorcida se le ocurrió plantar una noria brutalmente grande en mitad de una ciudad, sin feria o parque de atracciones de por medio, pero al menos le da un aire simpático y desubicado a un paisaje para mi gusto demasiado serio y mercantil. Bueno, lo de mercantil lo mantiene, porque cuesta darse una vuelta en ella casi 14 libras, que son poco menos de 18 lerus. Y lo de una vuelta tomáoslo literalmente: UNA vuelta. Comparado con cualquier otra noria, una sola vuelta es una mierda, pero, al fin y al cabo, tarda como media hora en darla. Con todo, no sale barato, unos veinte duros de los de antes por minuto. En cuanto a las vistas, no están mal, pero tuve la misma sensación que viendo París desde la torre Eiffel: ¿Realmente es bonito ver las decenas de miles de tejados de una ciudad inmensa, expandiéndose en todas direcciones hasta donde abarca la vista? ¿Aporta algo diferente a visitar ciudades con Google Maps? No sé, hay cosas que impresionan más desde el suelo, la verdad.
Tras bajar de la noria y esquivar la inevitable tienda de souvenires, dimos un paseo por la orilla sur del Támesis, a lo largo del Silver Jubilee Walk, construido en 1977 para celebrar los 25 años del reinado de Isabel II. Por si acaso, no pregunté qué hicieron hace unos años para celebrar los 50 años. También eché una cuenta rápida para descartar aliviado que nuestro rey no tiene a corto plazo celebraciones a la vista que le pudieran servir a Gallardón como excusa para embarcarse en alguna nueva obra con la que llenar los bolsillos de sus amigos constructores (y vaciar los nuestros de paso).
Como decía, dimos un paseo por este camino, sembrado aquí y allá de trovadores, acróbatas, mimos y tarotistas. Un compañero chino-británico me sugirió que aquello se parecía bastante a Las Ramblas de Barcelona, pero a mí, francamente, me recordaba más al paseo alrededor del estanque del Retiro. Hasta el agua del río tenía ese desasosegante color café-con-leche.
El paseo terminó buscando algún sitio para picar algo antes del siguiente evento, ya que los patéticos sándwiches que nos habían servido para comer en la oficina, hacía horas que habían sido procesados. Ante la falta de sitio en un par locales de comida mediterránea, no nos quedó más remedio que decantarnos por la gastronomía tradicional británica. Fish and chips, oh, yeah! Para ser sincero, esta ha sido la primera vez que pruebo esta simpleza y, bueno, para una vez no está mal. Para el pescado, me dieron a elegir entre "haddock" y "hake"; elegí hake, maldiciéndome una vez más por haber vuelto a olvidar aprenderme los nombres en inglés de distintos pescados. Por suerte, ese día no tenían "pollock" ni "plaice", porque la cosa se habría puesto graciosa. De todas formas, con la cantidad de salsa tártara con que lo acompañé, tanto hubiera dado uno que otro.
Y llegamos a la parte divertida de toda esa historia. Los anfitriones nos invitaron a ver una obra de teatro en el Globe, una bonita recreación de una especie de corrala del siglo XVI a la inglesa. La obra era nada menos que "Timón de Atenas", de Shakespeare. Me considero un absoluto ignorante en lo que a Shakespeare en particular y la literatura inglesa en general se refiere; así que, antes de entrar, no tenía ni idea sobre de qué iba la obra. Y lo triste es que, después de salir, seguí sin saberlo. Lo reconozco, me defiendo razonablemente bien en inglés, pero estoy a años luz de ser bilingüe, así que no debería haberme sorprendido no pillar parte, o incluso buena parte de la obra. Lo malo es que no pillé apenas nada. Cero. Nulo. Penoso. Humillante. En mi defensa diré que en la obra usaban un inglés medieval que les costaba seguir incluso a los afincados en Londres desde hace muchos años, pero eso no me parece excusa para no haber sido ni siquiera capaz de deducir si los actores hablaban en prosa o en verso. En serio, ¡aún no lo sé! Y, no os riáis, después de hora y media de función, cuando el protagonista hace un mutis ostentoso y los demás actores se lamentan y todo el público aplaude y se levanta de la silla, yo creí aliviado que la obra se había terminado. Pero no: era solo el descanso, por lo que aún me quedaba una hora adicional para seguir no entendiendo ni jota.
Y, en fin, aparte de los borrosos diálogos, la representación era bastante chula. Incluía a varios actores pegando brincos por el aire usando gomas y arneses, algunas escenas sexualmente sugerentes, un momento de risas escatológicas (ese chiste sí lo pillé: lenguaje universal) y una par de piezas de baile. Los aplausos solo dieron para un bis, así que supongo que los actores tampoco debían de ser la hostia, pero bueno, no soy quién para opinar.
Finalmente salimos de allí, nos dimos un largo paseo hasta Covent Garden, un compañero nos presentó a un par de sus colegas gafapastosos, uno de los cuales era, cómo no, español, y pululamos bastante tiempo buscando un garito abierto para tomar unas copas, a pesar de que era jueves por la noche y aún no habían dado las 12. Estas cosas no pasan en España, perdonad que me ponga chauvinista. Y de la inutilidad de los camareros ingleses para poner un cubata como es debido se podrían escribir posts enteros, así que si eso me lo guardo por si un día me da por ahí.
30 agosto 2008
Con Shakespeare hemos topado
Perpetrado por ÓsQar a las 10:16 p. m.
Etiquetas: Excursiones por Bas-Lag, La vida en los Campos Salacus
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