Bueno, pues parece que finalmente se han acabado las fiestas hiperconsumistas, y ya estamos de vuelta al andamio. El balance ha sido razonablemente positivo, y eso que ayer me pasé la tarde entera colocando las mil o dos mil pegatinas multicolores del Castillo de la Princesa Arcoiris, que algún rey mago irredento le ha traído a mi hija.
Con todo, el suceso más decididamente freak de las vacaciones fue el día de Nochevieja a eso de las 2 de la tarde. Estábamos comiendo tranquilamente cuando alguien llamó al timbre. Por la mirilla no pude ver nada porque la escalera estaba a oscuras, así que abrí la puerta un poco mosqueado por lo que me pudiera encontrar: vendedores de biblias, comerciales de empresas de telefonía, gente a la que conviene evitar, vaya. Pero no, era mi vecina del cuarto que, amparándose en la oscuridad y en mi sorpresa, aprovechó para ponerme una bolsa en las manos al tiempo que decía "Felí Navidá, felí Navidá".
Mi vecina es un mujer china de (aparentemente) cuarenta y tantos, y vive con un número indeterminado de compatriotas (supongo que un número de cardinal numerable, en cualquier caso) en el mismo espacio en el que nosotros vivimos 3 (y próximamente 4). Lo más curioso es que en los 4 años que lleva esta mujer viviendo en mi edificio, jamás había dado muestras de querer establecer relación alguna con ningún vecino. Creo que la única otra vez que había llamado a mi puerta fue para pagarme el dinero de la comunidad cuando fui presidente (por cierto, que me toca otra vez en breve... AGHHHHHHHHHHHH!).
El caso es que intenté librarme del bulto, pero la vecina se las apañó para bajar las escaleras sibilinamente mientras repetía lo de "Felí Navidá", así que no me quedó otra que darle las gracias y echarle un vistazo a lo que me había regalado.
Pues aquí lo tenéis, que no tiene desperdicio:
Contenido de la bolsa de ultramarinos que me dio:
- Un paquete de turrón del duro marca Alipende
- Un paquete de turrón de nata-nuez, Alipende también
- Una caja de surtido Cuétara
- Una botella de Codorníu
- Una botella de licor de canela Xin Xi
- Dos latas de Red-Bull
- Un llavero de plástico con una movida dentro flotando, envuelto en celofán y con un lazo
- Un cuadro de Jesucristo, holográfico o, al menos, estroboscópico
No sé si os podéis imaginar la cara de haba que se nos quedó mientras sacábamos el material, pero os garantizo que fue un poema. Ahora, que tengo que agradecerle a mi vecina todos los hilarantes ratos que hemos pasado estos días a costa del regalito. Y, por qué no, agradecerle el haber tenido finalmente una cesta de Navidad este año, porque si tengo que contar con la del curro estoy apañado.
Pero no creáis que es que le caigo bien o alguna otra cosa rara, la buena mujer le ha regalado una bolsa igualita a cada vecino. Somos pocos, por suerte para su bolsillo, pero no deja de ser un detalle que al resto no se nos ha pasado nunca por la cabeza: nos limitamos a felicitarnos las fiestas o el año y en paz.
Lo cierto es que no es a primera vez que nuestros vecinos chinos me dan tema de conversación. Recuerdo una vez que llamó al telefonillo un taxista a eso de las 4 de la mañana de un martes, preguntándome que si aquí vivían unos chinos, que habían subido a buscar dinero a casa y no le habían pagado la carrera. Le dije que no, que era en el cuarto y el hombre se puso a llamar como loco sin respuesta. Al final, atascó el botón con un palillo para no dejar dormir a los chinos y se largó sin su dinero. Poco después bajaron dos chinas en bata con un cuchillo a intentar desatascar el botón... un show.
Otra muy buena ocurrió cuando se instalaron en el edificio: habían abierto la llave de desagüe del circuito de calefacción y el goteo molestaba a la vecina del bajo, porque en su casa hace un codo la tubería y el agua golpea con fuerza. Como yo era presidente por aquel entonces, subí a echar un ojo y cerré la llave. Pero no se me ocurrió que no era posible que el circuito estuviera constantemente desaguando (sin vaciarse del todo), a menos que estuviera abierta la llave de entrada a la caldera. En efecto, diez minutos después saltó la válvula de seguridad de la caldera de los chinos (que, por suerte, está en la terraza), y comenzó a caer un chorro de agua tremendo desde el cuarto piso hasta la calle. Menos mal que me di cuenta rápido porque de esa venían los bomberos fijo.
Así que, como veis, no me aburro en casa con estos vecinos tan chanantes.