Como no soy ni he sido nunca ministro, y ni de coña aspiro a serlo, tal vez lo que diga aquí parte con la desventaja de que no tengo ni puta idea de lo que significa esa responsabilidad, lo cual es totalmente cierto. Dicho esto, no me queda sino maravillarme de la fabulosa habilidad de un buen puñado de ministros de este país para decir gilipolleces. Así, a bote pronto, me vienen a la cabeza el "¡Viva Honduras!" de Trillo o los "hilillos de plastelina" de Rajoy, pero hay decenas más de ejemplos socialistas y populares a poco que uno tire de hemeroteca.
En este sentido, la comparecencia de la Ministra de Igualdad el pasado lunes no defraudó y su ya mítica frase "Miembros y miembras del Congreso" ha hecho correr ríos de tinta (o de píxeles). Hasta ahora, yo tenía a Bibiana Aído en buena consideración: una chica joven (¡más que yo!), ferozmente atacada desde el primer día por las hordas de La Caverna, que mantiene un blog (¡y lo actualiza más que yo el mío!)... me tenía que caer bien a la fuerza. Sin embargo, visto que se ha puesto del lado de ese feminismo lingüístico radical que pretende cambiar los paradigmas de la masculinidad a base de patadas al diccionario y a los manuales de gramática, me hace colocarla en ese grupo de políticos de los que recelo.
Cuando Zapatero anunció la creación de un Ministerio de Igualdad, me chocó: no me imaginaba que una tema con tantas vertientes pudiera aglutinarse en un solo ministerio, pero la idea parecía incluso atractiva. Me imaginaba que un gabinete así trabajaría en pro de las oportunidades sociolaborales tanto de las mujeres como de los múltiples colectivos minoritarios que normalmente nos parecen invisibles. Conciliación, discriminación positiva, ayudas, subvenciones, cupos... son medidas que se me antojaban coherentes para ese ministerio. Lo que no me imaginaba era que las reivindicaciones lingüísticas de cierto sector feminista iban a entrar en la agenda.
Dice este sector que el español es un idioma machista, y apoyan esta afirmación básicamente sobre el hecho de que los sustantivos masculinos plurales engloban a los sujetos de uno y otro sexo (los diputados, los ciudadanos). Así, pasándose por el forro el principio de economía del lenguaje en aras de una presunta corrección política, nos apabullan con larguísimas frases llenas de los diputados y las diputadas, los ciudadanos y las ciudadanas, etc. Dentro de lo estúpido que me parece sostener que tal característica de los sustantivos pueda ser causa, efecto o tener la más mínima relación con el machismo, puedo considerar simpático que se trate de restar generalidad al género masculino o, aún mejor, que se le trate de añadir al género femenino (por ejemplo, que diga las diputadas para referirse a todos los miembros del Congreso: se iban a oír los pataleos por todo el hemiciclo).
También puedo considerar razonable que se traten de feminizar los nombres de ciertas profesiones que, tradicionalmente han sido acaparadas por los hombres y en las que la presencia de mujeres es ya más que evidente. Por ejemplo, me parecen perfectas las palabras abogada, ingeniera o ministra. Algo más me chirrían médica o árbitra, pero supongo que es cuestión de acostumbrarse. Las que no soporto de ninguna de las maneras son jueza o concejala: no entiendo por qué suponen que juez o concejal son palabras masculinas cuando son, claramente, comunes.
Lo cual me lleva directamente a defender los sustantivos comunes. ¿Qué necesidad hay de modificar artificialmente el género de los nombres comunes, cuando su género sintáctico no es siempre masculino? Es decir, hay sustantivos comunes con pinta de masculinos (testigo, piloto) y con pinta de femenino (atleta, periodista, astronauta). ¿Acaso no es eso igualitario? ¿Para qué fomentar una discriminación forzada si no es necesaria? ¿Le restamos "machismo" al lenguaje por escribir las testigas o los juristos?
Y la cosa se pone aún peor con los sustantivos epicenos, en los que forzar el cambio de género es incluso ofensivo a la vista y el entendimiento. Es el caso de las miembras, pero también ¿por qué no? podría serlo de los víctimos, las personajas o los personos. De hecho, mi hija de 4 años ya hace chistes con la palabra "persono", así que desde luego el tema tiene guasa.
En fin, me imagino que aunque la Ministra se leyera el excelente artículo del Diccionario Panhispánico de Dudas respecto al género de los sustantivos, no cambiaría mucho su postura de militante (¿militanta?) feminolingüista (yo también me puedo inventar palabros, no te jode). Pero espero al menos que críticas como esta (que no insultos gratuitos como estos, gracias, Felipe) lleguen a sus oídos y le hagan, al menos, recapacitar y dedicarse a cosas que merezcan la pena, porque trabajo por hacer, aún tiene mucho por delante.
En este sentido, la comparecencia de la Ministra de Igualdad el pasado lunes no defraudó y su ya mítica frase "Miembros y miembras del Congreso" ha hecho correr ríos de tinta (o de píxeles). Hasta ahora, yo tenía a Bibiana Aído en buena consideración: una chica joven (¡más que yo!), ferozmente atacada desde el primer día por las hordas de La Caverna, que mantiene un blog (¡y lo actualiza más que yo el mío!)... me tenía que caer bien a la fuerza. Sin embargo, visto que se ha puesto del lado de ese feminismo lingüístico radical que pretende cambiar los paradigmas de la masculinidad a base de patadas al diccionario y a los manuales de gramática, me hace colocarla en ese grupo de políticos de los que recelo.
Cuando Zapatero anunció la creación de un Ministerio de Igualdad, me chocó: no me imaginaba que una tema con tantas vertientes pudiera aglutinarse en un solo ministerio, pero la idea parecía incluso atractiva. Me imaginaba que un gabinete así trabajaría en pro de las oportunidades sociolaborales tanto de las mujeres como de los múltiples colectivos minoritarios que normalmente nos parecen invisibles. Conciliación, discriminación positiva, ayudas, subvenciones, cupos... son medidas que se me antojaban coherentes para ese ministerio. Lo que no me imaginaba era que las reivindicaciones lingüísticas de cierto sector feminista iban a entrar en la agenda.
Dice este sector que el español es un idioma machista, y apoyan esta afirmación básicamente sobre el hecho de que los sustantivos masculinos plurales engloban a los sujetos de uno y otro sexo (los diputados, los ciudadanos). Así, pasándose por el forro el principio de economía del lenguaje en aras de una presunta corrección política, nos apabullan con larguísimas frases llenas de los diputados y las diputadas, los ciudadanos y las ciudadanas, etc. Dentro de lo estúpido que me parece sostener que tal característica de los sustantivos pueda ser causa, efecto o tener la más mínima relación con el machismo, puedo considerar simpático que se trate de restar generalidad al género masculino o, aún mejor, que se le trate de añadir al género femenino (por ejemplo, que diga las diputadas para referirse a todos los miembros del Congreso: se iban a oír los pataleos por todo el hemiciclo).
También puedo considerar razonable que se traten de feminizar los nombres de ciertas profesiones que, tradicionalmente han sido acaparadas por los hombres y en las que la presencia de mujeres es ya más que evidente. Por ejemplo, me parecen perfectas las palabras abogada, ingeniera o ministra. Algo más me chirrían médica o árbitra, pero supongo que es cuestión de acostumbrarse. Las que no soporto de ninguna de las maneras son jueza o concejala: no entiendo por qué suponen que juez o concejal son palabras masculinas cuando son, claramente, comunes.
Lo cual me lleva directamente a defender los sustantivos comunes. ¿Qué necesidad hay de modificar artificialmente el género de los nombres comunes, cuando su género sintáctico no es siempre masculino? Es decir, hay sustantivos comunes con pinta de masculinos (testigo, piloto) y con pinta de femenino (atleta, periodista, astronauta). ¿Acaso no es eso igualitario? ¿Para qué fomentar una discriminación forzada si no es necesaria? ¿Le restamos "machismo" al lenguaje por escribir las testigas o los juristos?
Y la cosa se pone aún peor con los sustantivos epicenos, en los que forzar el cambio de género es incluso ofensivo a la vista y el entendimiento. Es el caso de las miembras, pero también ¿por qué no? podría serlo de los víctimos, las personajas o los personos. De hecho, mi hija de 4 años ya hace chistes con la palabra "persono", así que desde luego el tema tiene guasa.
En fin, me imagino que aunque la Ministra se leyera el excelente artículo del Diccionario Panhispánico de Dudas respecto al género de los sustantivos, no cambiaría mucho su postura de militante (¿militanta?) feminolingüista (yo también me puedo inventar palabros, no te jode). Pero espero al menos que críticas como esta (que no insultos gratuitos como estos, gracias, Felipe) lleguen a sus oídos y le hagan, al menos, recapacitar y dedicarse a cosas que merezcan la pena, porque trabajo por hacer, aún tiene mucho por delante.
1 comentarios:
Dios, Alá, Mahoma, Buda, Universo, Monstruo del Espagueti Volador,¡quien sea que me ha creado! Gracias. Gracias, gracias, gracias, graciasgraciasgraciasgracias.
Gracias por crearme como una persona de nulo interés por la información política y periodística. Si no fuera por así, me sentiría muy solo en el mundo, rodeado de mentecatos.
No puedo más que dar la razón: ¡Éste es un país de locos!
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