02 agosto 2006

Bye bye, Fidel

Aunque a estas alturas ya debería estar acostumbrado al doble rasero con el que todo el mundo mide las cosas, no he dejado pasar por alto la hipocresía con la que los izquierdistas estamos tratando el tema de la posible muerte de Fidel Castro. Esta hipocresía viene ya de largo: aunque sabemos que es un dictador que ha impuesto una oligocracia represiva y policial a su pueblo, impidiendo cualquier tipo de manifestación en contra de la doctrina oficial del Partido, seguimos viéndole como el heredero del Ché, el guerrillero que trajo la Revolución a Cuba, liberándola de las garras del criminal Batista y salvándola durante décadas de caer en las manos del Imperio Estadounidense. Cuba tiene algo especial: la izquierda (al menos la española), nunca ha sentido una fascinación similar por otros líderes comunistas, como Mao, Ho Chi Minh o Pol Pot (la excepción quizás fuera Allende). Pero Cuba es como muy nuestra y, tal vez por eso, la tenemos más presente.
Pero independientemente de las cosas destacables del régimen cubano (la sanidad, la educación, la falta de delincuencia...), lo cierto es que Cuba vive inmersa en un régimen coartador de libertades que ha impedido que el pueblo decida soberanamente su destino. Por eso se me hace curiosa la tibieza y los pies de plomo con los que la gente de izquierdas hablamos del castrismo, hecho que ha tenido su colofón en las declaraciones que están orbitando alrededor de las confusas noticias sobre el estado de salud de Castro. El mismo Zapatero se ha apresurado a afirmar algo así como que "al margen de la política, lo primero es esperar que esta persona recupere la salud"; y no es difícil encontrar comentarios en blogs y foros que acusan a la derecha de desear la muerte de un ser humano, un anciano para más señas.
Lo más curioso es que muchas de estas personas probablemente brindaron con champán cuando Franco murió sin ver problema moral alguno (yo incluso lo habría hecho también, de no haber sido porque en esos momentos estaba más preocupado de ponerme cabeza abajo para poder nacer en condiciones). O, más recientemente, cuando el juez Garzón ordenó detener a Pinochet en el Reino Unido, recuerdo haber discutido con un amigo, que opinaba que
no merecía la pena hacer pasar a un anciano como éste por un juicio por delitos de lesa humanidad.
Entonces, ¿por qué era moralmente admisible celebrar la muerte de Franco o desear la encarcelación de Pinochet, pero hoy es reprobable desear que Castro fallezca? Sinceramente, creo que se nos podría acusar menos de sectarismo si juzgáramos todo con el mismo patrón: dictadores, genocidas y criminales de guerra le hacen un favor a la Humanidad si desaparecen.

1 comentarios:

Pipilota dijo...

Sobre todo a esa parte de La Humanidad víctima de sus días en vida.

En la tele ví el otro día un viejo castrista hablando de La Revolución y de sus esperanzas en la recuperación del Comandante, y me recordaba tanto , pero tanto tanto a un viejo franquista, que me dió un repeluz.

Yo no voy a brindar por la muerte de esta persona, porque me sugiere sentimientos encontrados en plan choque de trenes, pero vamos que el quiera brindar que brinde. Faltaría más.